Yo he sido siempre y primordialmente considerado como un prosista. La
poesía es un poco mi juego secreto, la guardo casi enteramente para mí y me
conmueve que esta noche dos personas diferentes hayan aludido a lo que yo
he podido hacer en el campo de la poesía. (...) he pensado que me gustaría
hablarles concretamente de literatura, de una forma de literatura: el
cuento fantástico.
Yo he escrito una cantidad probablemente
excesiva de cuentos, de los cuales la inmensa mayoría son cuentos de tipo
fantástico. El problema, como siempre, está en saber qué es lo fantástico.
Es inútil ir al diccionario, yo no me molestaría en hacerlo, habrá una
definición, que será aparentemente impecable, pero una vez que la hayamos
leído los elementos imponderables de lo fantástico, tanto en la literatura
como en la realidad, se escaparán de esa definición.
Ya no sé quién dijo, una vez, hablando
de la posible definición de la poesía, que la poesía es eso que se queda
afuera, cuando hemos terminado de definir la poesía. Creo que esa misma
definición podría aplicarse a lo fantástico, de modo que, en vez de buscar
una definición preceptiva de lo que es lo fantástico, en la literatura o
fuera de ella, yo pienso que es mejor que cada uno de ustedes, como lo hago
yo mismo, consulte su propio mundo interior, sus propias vivencias, y se
plantee personalmente el problema de esas situaciones, de esas irrupciones,
de esas llamadas coincidencias en que de golpe nuestra inteligencia y
nuestra sensibilidad tienen la impresión de que las leyes, a que obedecemos
habitualmente, no se cumplen del todo o se están cumpliendo de una manera
parcial, o están dando su lugar a una excepción.
Ese sentimiento de lo fantástico, como
me gusta llamarle, porque creo que es sobre todo un sentimiento e incluso
un poco visceral, ese sentimiento me acompaña a mí desde el comienzo de mi
vida, desde muy pequeño, antes, mucho antes de comenzar a escribir, me
negué a aceptar la realidad tal como pretendían imponérmela y explicármela
mis padres y mis maestros. Yo vi siempre el mundo de una manera distinta,
sentí siempre, que entre dos cosas que parecen perfectamente delimitadas y
separadas, hay intersticios por los cuales, para mí al menos, pasaba, se
colaba, un elemento, que no podía explicarse con leyes, que no podía
explicarse con lógica, que no podía explicarse con la inteligencia
razonante.
Ese sentimiento, que creo que se refleja
en la mayoría de mis cuentos, podríamos calificarlo de extrañamiento; en
cualquier momento les puede suceder a ustedes, les habrá sucedido, a mí me
sucede todo el tiempo, en cualquier momento que podemos calificar de
prosaico, en la cama, en el ómnibus, bajo la ducha, hablando, caminando o
leyendo, hay como pequeños paréntesis en esa realidad y es por ahí, donde
una sensibilidad preparada a ese tipo de experiencias siente la presencia
de algo diferente, siente, en otras palabras, lo que podemos llamar lo
fantástico. Eso no es ninguna cosa excepcional, para gente dotada de
sensibilidad para lo fantástico, ese sentimiento, ese extrañamiento, está
ahí, a cada paso, vuelvo a decirlo, en cualquier momento y consiste sobre
todo en el hecho de que las pautas de la lógica, de la causalidad del
tiempo, del espacio, todo lo que nuestra inteligencia acepta desde
Aristóteles como inamovible, seguro y tranquilizado se ve bruscamente
sacudido, como conmovido, por una especie de, de viento interior, que los
desplaza y que los hace cambiar.
Un gran poeta francés de comienzos de
este siglo, Alfred Jarry, el autor de tantas novelas y poemas muy hermosos,
dijo una vez, que lo que a él le interesaba verdaderamente no eran las
leyes, sino las excepciones de las leyes; cuando había una excepción, para
él había una realidad misteriosa y fantástica que valía la pena explorar, y
toda su obra, toda su poesía, todo su trabajo interior, estuvo siempre
encaminado a buscar, no las tres cosas legisladas por la lógica
aristotélica, sino las excepciones por las cuales podía pasar, podía
colarse lo misterioso, lo fantástico, y todo eso no crean ustedes que tiene
nada de sobrenatural, de mágico, o de esotérico; insisto en que por el
contrario, ese sentimiento es tan natural para algunas personas, en este caso
pienso en mí mismo o pienso en Jarry a quien acabo de citar, y pienso en
general en todos los poetas; ese sentimiento de estar inmerso en un
misterio continuo, del cual el mundo que estamos viviendo en este instante
es solamente una parte, ese sentimiento no tiene nada de sobrenatural, ni
nada de extraordinario, precisamente cuando se lo acepta como lo he hecho
yo, con humildad, con naturalidad, es entonces cuando se lo capta, se lo
recibe multiplicadamente cada vez con más fuerza; yo diría, aunque esto pueda
escandalizar a espíritus positivos o positivistas, yo diría que disciplinas
como la ciencia o como la filosofía están en los umbrales de la explicación
de la realidad, pero no han explicado toda la realidad, a medida que se
avanza en el campo filosófico o en el científico, los misterios se van
multiplicando, en nuestra vida interior es exactamente lo mismo.
Si quieren un ejemplo para salir un poco
de este terreno un tanto abstracto, piensen solamente en eso que utilizamos
continuamente y que es nuestra memoria. Cualquier tratado de psicología nos
va a dar una definición de la memoria, nos va a dar las leyes de la
memoria, nos va a dar los mecanismos de funcionamiento de la memoria. Y
bien, yo sostengo que la memoria es uno de esos umbrales frente a los cuales
se detiene la ciencia, porque no puede explicar su misterio esencial, esa
memoria que nos define como hombres, porque sin ella seríamos como plantas
o piedras; en primer lugar, no sé si alguna vez se les ocurrió pensarlo,
pero esa memoria es doble; tenemos dos memorias, una que es activa, de la
cual podemos servirnos en cualquier circunstancia práctica y otra que es
una memoria pasiva, que hace lo que le da la gana: sobre la cual no tenemos
ningún control.
Jorge Luis Borges escribió un cuento que
se llama “Funes el memorioso”, es un cuento fantástico, en el sentido de
que el personaje Funes, a diferencia de todos nosotros, es un hombre que
posee una memoria que no ha olvidado nada, y cada vez que Funes ha mirado
un árbol a lo largo de su vida, su memoria ha guardado el recuerdo de cada
una de las hojas de ese árbol, de cada una de las irisaciones de las gotas
de agua en el mar, la acumulación de todas las sensaciones y de todas las
experiencias de la vida están presentes en la memoria de ese hombre. Curiosamente
en nuestro caso es posible, es posible que todos nosotros seamos como
Funes, pero esa acumulación en la memoria de todas nuestras experiencias
pertenecen a la memoria pasiva, y esa memoria solamente nos entrega lo que
ella quiere.
Para completar el ejemplo si cualquiera
de ustedes piensa en el número de teléfono de su casa, su memoria activa le
da ese número, nadie lo ha olvidado, pero si en este momento, a los que de
ustedes les guste la música de cámara, les pregunto cómo es el tema del
andante del cuarteto 427 de Mozart, es evidente que, a menos de ser un
músico profesional, ninguno de ustedes ni yo podemos silbar ese tema y, sin
embargo, si nos gusta la música y conocemos la obra de Mozart, bastará que
alguien ponga el disco con ese cuarteto y apenas surja el tema nuestra
memoria lo continuará. Comprenderemos en ese instante que lo conocíamos,
conocemos ese tema porque lo hemos escuchado muchas veces, pero
activamente, positivamente, no podemos extraerlo de ese fondo, donde quizá
como Funes, tenemos guardado todo lo que hemos visto, oído, vivido.
Lo fantástico y lo misterioso no son
solamente las grandes imaginaciones del cine, de la literatura, los cuentos
y las novelas. Está presente en nosotros mismos, en eso que es nuestra
psiquis y que ni la ciencia, ni la filosofía consiguen explicar más que de
una manera primaria y rudimentaria.
Ahora bien, si de ahí, ya en una forma
un poco más concreta, nos pasamos a la literatura, yo creo que ustedes
están en general de acuerdo que el cuento, como género literario, es un
poco la casa, la habitación de lo fantástico. Hay novelas con elementos
fantásticos, pero son siempre un tanto subsidiarios, el cuento en cambio,
como un fenómeno bastante inexplicable, en todo caso para mí, le ofrece una
casa a lo fantástico; lo fantástico encuentra la posibilidad de instalarse
en un cuento y eso quedó demostrado para siempre en la obra de un hombre
que es el creador del cuento moderno y que se llamó Edgar Allan Poe. A
partir del día en que Poe escribió la serie genial de su cuento fantástico,
esa casa de lo fantástico, que es el cuento, se multiplicó en las
literaturas de todo el mundo y además sucedió una cosa muy curiosa y es que
América Latina, que no parecía particularmente preparada para el cuento
fantástico, ha resultado ser una de las zonas culturales del planeta, donde
el cuento fantástico ha alcanzado sus exponentes, algunos de sus exponentes
más altos. Piensen, los que se preocupan en especial de literatura, piensen
en el panorama de un país como Francia, Italia o España, el cuento
fantástico no existe o existe muy poco y no interesa, ni a autores, ni a
lectores; mientras que, en América Latina, sobre todo en algunos países del
cono sur: en el Uruguay , en la Argentina... ha habido esa presencia de lo
fantástico que los escritores han traducido a través del cuento. Cómo es
posible que en un plazo de treinta años el Uruguay y la Argentina hayan
dado tres de los mayores cuentistas de literatura fantástica de la
literatura moderna. Estoy naturalmente citando a Horacio Quiroga, a Jorge Luis Borges y al uruguayo FelisbertoHernández, todavía, injustamente, mucho menos conocido.
En la literatura lo fantástico encuentra
su vehículo y su casa natural en el cuento y entonces, a mí personalmente
no me sorprende, que habiendo vivido siempre con la sensación de que entre
lo fantástico y lo real no había límites precisos, cuando empecé a escribir
cuentos ellos fueran de una manera casi natural, yo diría casi fatal,
cuentos fantásticos.
(...) Elijo para demostrar lo fantástico
uno de mis cuentos, La noche boca arriba, y cuya historia, resumida muy sintéticamente, es la de un hombre que
sale de su casa en la ciudad de París, una mañana, en una motocicleta y va
a su trabajo, observando, mientras conduce su moto, los altos edificios de
concreto, las casas, los semáforos y en un momento dado equivoca una luz de
semáforo y tiene un accidente y se destroza un brazo, pierde el sentido y
al salir del desmayo, lo han llevado al hospital, lo han vendado y está en
una cama, ese hombre tiene fiebre y tiene tiempo, tendrá mucho tiempo,
muchas semanas para pensar, está en un estado de sopor, como consecuencia
del accidente y de los medicamentos que le han dado; entonces se adormece y
tiene un sueño; sueña curiosamente que es un indio mexicano de la época de
los aztecas, que está perdido entre las ciénagas y se siente perseguido por
una tribu enemiga, justamente los aztecas que practicaban aquello que se
llamaba la guerra florida y que consistía en capturar enemigos para
sacrificarlos en el altar de los dioses.
Todos hemos tenido y tenemos pesadillas
así. Siente que los enemigos se acercan en la noche y en el momento de la
máxima angustia se despierta y se encuentra en su cama de hospital y
respira entonces aliviado, porque comprende que ha estado soñando, pero en
el momento en que se duerme la pesadilla continúa, como pasa a veces y
entonces, aunque él huye y lucha es finalmente capturado por sus enemigos,
que lo atan y lo arrastran hacia la gran pirámide, en lo alto de la cual
están ardiendo las hogueras del sacrificio y lo está esperando el sacerdote
con el puñal de piedra para abrirle el pecho y quitarle el corazón.
Mientras lo suben por la escalera, en esa última desesperación, el hombre
hace un esfuerzo por evitar la pesadilla, por despertarse y lo consigue;
vuelve a despertarse otra vez en su cama de hospital, pero la impresión de
la pesadilla ha sido tan intensa, tan fuerte y el sopor que lo envuelve es
tan grande, que poco a poco, a pesar de que él quisiera quedarse del lado
de la vigilia, del lado de la seguridad, se hunde nuevamente en la
pesadilla y siente que nada ha cambiado. En el minuto final tiene la
revelación. Eso no era una pesadilla, eso era la realidad; el verdadero
sueño era el otro. Él era un pobre indio, que soñó con una extraña,
impensable ciudad de edificios de concreto, de luces que no eran antorchas,
y de un extraño vehículo, misterioso, en el cual se desplazaba, por una
calle.
Si les he contado muy mal este cuento es
porque me parece que refleja suficientemente la inversión de valores, la
polarización de valores, que tiene para mí lo fantástico y, quisiera
decirles además, que esta noción de lo fantástico no se da solamente en la
literatura, sino que se proyecta de una manera perfectamente natural en mi
vida propia.
Terminaré este pequeño recuento de
anécdotas con algo que me ha sucedido hace aproximadamente un año. Ocho
años atrás escribí un cuento fantástico que se llama “Instrucciones para
John Howell”, no les voy a contar el cuento; la situación central es la de
un hombre que va al teatro y asiste al primer acto de una comedia, más o
menos banal, que no le interesa demasiado; en el intervalo entre el primero
y el segundo acto dos personas lo invitan a seguirlos y lo llevan a los
camerinos, y antes de que él pueda darse cuenta de lo que está sucediendo,
le ponen una peluca, le ponen unos anteojos y le dicen que en el segundo
acto él va a representar el papel del actor que había visto antes y que se
llama John Howell en la pieza.
“Usted será John Howell”. Él quiere
protestar y preguntar qué clase de broma estúpida es esa, pero se da cuenta
en el momento de que hay una amenaza latente, de que si él se resiste puede
pasarle algo muy grave, pueden matarlo. Antes de darse cuenta de nada
escucha que le dicen “salga a escena, improvise, haga lo que quiera, el
juego es así”, y lo empujan y él se encuentra ante el público... No les voy
a contar el final del cuento, que es fantástico, pero sí lo que sucedió
después.
El año pasado recibí desde Nueva York
una carta firmada por una persona que se llama John Howell. Esa persona me
decía lo siguiente: “Yo me llamo John Howell, soy un estudiante de la
universidad de Columbia, y me ha sucedido esto; yo había leído varios
libros suyos, que me habían gustado, que me habían interesado, a tal punto
que estuve en París hace dos años y por timidez no me animé a buscarlo y
hablar con usted. En el hotel escribí un cuento en el cual usted es el
protagonista, es decir que, como París me ha gustado mucho, y usted vive en
París, me pareció un homenaje, una prueba de amistad, aunque no nos
conociéramos, hacerlo intervenir a usted como personaje. Luego, volví a
N.Y, me encontré con un amigo que tiene un conjunto de teatro de
aficionados y me invitó a participar en una representación; yo no soy
actor, decía John, y no tenía muchas ganas de hacer eso, pero mi amigo
insistió porque había otro actor enfermo. Insistió y entonces yo me aprendí
el papel en dos o tres días y me divertí bastante. En ese momento entré en una
librería y encontré un libro de cuentos suyos donde había un cuento que se
llamaba “Instrucciones para John Howell”. ¿Cómo puede usted explicarme
esto, agregaba, cómo es posible que usted haya escrito un cuento sobre
alguien que se llama John Howell, que también entra de alguna manera un
poco forzado en el teatro, y yo, John Howell, he escrito en París un cuento
sobre alguien que se llama Julio Cortázar.
Yo los dejo a ustedes con esta pequeña
apertura, sobre el misterio y lo fantástico, para que cada uno apele a su
propia imaginación y a su propia reflexión y desde luego, a partir de este
minuto estoy dispuesto a dialogar y a contestar, como pueda, las preguntas
que me hagan.
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