Como no le melga nada que la contradigan, la señora Fifa se
acerca a la Tota y
ahí nomás le flamenca la cara de un rotundo mofo. Pero la Tota no
es inane y de vuelta le arremulga tal acario en pleno tripolio que se lo ladea
hasta el copo.
– ¡Asquerosa! – brama
la señora Fifa, tratando de sonsonarse el
ayelmado tripolio que ademenos es de satén rosa. Revoleando una mazoca más bien
prolapsa, contracarga a la crimea y consigue marivorearle un suño a la Tota que
se desporrona en diagonía y por un momento horadra el raire con sus
abrocojantes bocinomias. Por segunda vez se le arrumba un mofo sin merma a
flamencarle las mecochas, pero nadie le ha desmunido el encuadre a la Totasin tener que alanchufarse su
contragofia, y así pasa que la señora Fifa contrae
una plica de miercolamas a media resma y cuatro peticuras de esas que no te dan
tiempo al vocifugio, y en eso están arremulgandose de ida y de vuelta cuando se
ve precivenir al doctor Feta que se inmoluye inclótumo entre las gladiofantas.
– ¡Payahás, payahás! – crona
el elegantiorum, sujetirando de las desmecrenzas empebufantes. No ha terminado
de halar cuando ya le están manocrujiendo el fano, las colotas, el rijo enjuto
y las nalcunias, mofo que arriba y suño al medio y dos miercolanas que para
qué.
– ¿Te das cuenta? – sinterrunge
la señora Fifa.
– ¡El muy cornaputo! – vociflama
la Tota.
Y ahí nomás se recompalmean y fraternulian como si no se
hubieran estado polichantando más de cuatro cafotos en plena tetamancia; son
así las tofitas y las fitotas, mejor es no terruptarlas porque te desmunen el
persiglotio y se quedan tan plopas.